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Él me comprendía a mí Después
de la guerra civil española, en 1939, Pablo Neruda conoció a muchos
republicanos españoles que tuvieron que exiliarse. Otra historia que recuerdo con gran emoción
es la del poeta andaluz Pedro Garfias. Fue a parar en
el destierro al castillo de un Lord, en Escocia. El castillo estaba siempre
solo y Garfias, andaluz inquieto, iba cada día a la
taberna del condado y silenciosamente, pues no hablaba el inglés, sino apenas
un español gitano que yo mismo no le entendía, bebía melancólicamente su
solitaria cerveza. Este parroquiano mudo llamó la atención del tabernero. Una
noche, cuando ya todos los bebedores se habían marchado, el tabernero le rogó
que se quedara y continuaron ellos bebiendo en silencio, junto al fuego de la
chimenea que chisporroteaba y hablaba para los dos. Se hizo un rito esta invitación. Cada noche Garfias era acogido por el tabernero, solitario como él,
sin mujer y sin familia. Poco a poco sus lenguas se desataron. Garfias Le contaba toda la guerra de España, con
interjecciones, con juramentos, con imprecaciones muy andaluzas. El tabernero
lo escuchaba en religioso silencio, sin entender naturalmente una sola palabra. A su vez, el escocés comenzó a contar sus
desventuras, probablemente la historia de su mujer que lo abandonó,
probablemente las hazañas de sus hijos cuyos retratos de uniforme militar
adornaban la chimenea. Digo probablemente porque, durante los largos
meses que duraron estas extrañas conversaciones, Garfia
tampoco entendió una palabra. Sin embargo, la amistad de los dos hombres
solitarios que hablaba apasionadamente cada uno de sus asuntos y en su idioma,
inaccesible para el otro, se fue acrecentando y al verse cada noche y hablarse
hasta el amanecer se convirtió en una necesidad para ambos. Cuando Garfias
debió partir para México se despidieron bebiendo y hablando, abrazándose y
llorando. La emoción que los unía tan profundamente era la separación de sus
soledades. - Pedro – le dije muchas veces al poeta -
¿qué crees tú que te contaba? - Nunca entendí una palabra, Pablo, pero
cuando lo escuchaba tuve siempre la sensación, la certeza de comprenderlo. Y
cuando yo hablaba, estaba seguro de que él me comprendía a mí. Pablo Neruda, Confieso que he vivido, 1974 |
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